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Los rostros de la memoria

Jordi Obiols

 

Akira Kurosawa, en su ya clásico film Rashomon, explora el recuerdo de cuatro testigos de una

violación. Aunque todos ellos han presenciado claramente el mismo hecho, el recuerdo que de

él tienen, y el relato que cada uno hace, difiere del de los demás. Son cuatro historias distintas,

cuatro recuerdos diferentes, cuatro realidades procedentes de la misma realidad. El espectador

acaba concluyendo que es difícil saber hasta qué punto la memoria puede decirnos “qué ocurrió

realmente” en un lugar y en un tiempo concretos del pasado.

Esto nos lleva también a reflexionar sobre la propia noción de realidad. ¿Hay alguien que

recuerde los hechos “mejor” que los demás? Podemos incluso preguntarnos: ¿Existe realmente

“el hecho en sí”, o por el contrario habrá tantos hechos como observadores? ¿Son todos los

recuerdos, todas las perspectivas de lo ocurrido igualmente reales?

La psicobiología actual está revelando que la naturaleza de la memoria es fundamentalmente

constructiva y subjetiva.

Ello la hace susceptible a formas variadas de distorsión y de inexactitud. Es una ilusión

ingenua y una noción obsoleta pensar que el recuerdo del pasado consiste simplemente en ir

atrás en el tiempo y leer el contenido de una escena que emerge. Como mirar un álbum de fotos

de la infancia, o como recuperar un archivo del disco duro del ordenador.

Nuestra mente, nuestra memoria, no funcionan así. La realidad subjetiva se reconstruye constante

e indefectiblemente.

Desde las etapas iniciales del desarrollo postnatal, el cerebro empieza a formar conexiones

(sinapsis) nuevas, de modo que esta etapa se caracteriza por un gran aumento de la densidad

sináptica.

El crecimiento de las dendritas (prolongaciones de las células nerviosas) puede compararse con

el crecimiento de la vegetación en primavera. Este proceso se conoce como sinaptogénesis.

Dura un cierto tiempo, corto. Cuando las densidades sinápticas de la mayoría de las regiones del

cerebro han alcanzado su máximo nivel, las sinapsis que no se utilizan empiezan a ser podadas,

eliminadas, mientras que las que se utilizan con mucha frecuencia resultan fortalecidas. Nuestro

contacto con, visión de, punto de vista, perspectiva de, o experiencia de la realidad selecciona,

de entre las múltiples opciones posibles, solo unas pocas ramas de nuestro árbol neuronal. No

todos los caminos serán recorridos, no viviremos todas las realidades potenciales, no

reforzaremos todos los botones sinápticos, no consolidaremos todas las conexiones posibles de

nuestra red neuronal.

¿Qué significado tiene todo esto? Significa que nuestro mundo personal, nuestra realidad

subjetiva se conforma a través de lo que descartamos, de lo que no atendemos, de lo que es

neutro a nuestra atención, de lo que no nos interesa, es decir, de casi Toda-la-Realidad

exceptuando aquellos detalles que sí nos atraen, aquellas pequeñas partes de la realidad que nos

es cercana y que seleccionamos como relevantes.

La saliencia (no busquen en el DRAE) de algo de la realidad (sea un objeto, una persona, un

rostro) es el estado o cualidad por el cual este sobresale del resto y se hace notar, en nuestra

mente, en relación a su entorno. Es un mecanismo mental básico de adaptación al entorno y de

supervivencia. Si el rugido de un león cercano, o la visión de un enemigo que se aproxima a

nosotros no provocaran esta saliencia en nuestra mente, simplemente no estaríamos aquí.

También es saliente un rostro agradable que nos sonríe en medio de un conjunto de rostros

neutros o menos interesantes para nosotros.

Los rostros son un paradigma para entender el concepto de saliencia. Todos nacemos con una

capacidad muy básica pero extraordinaria de reconocimiento facial. Al nacer, nuestro cerebro ya

está provisto de cierta información sobre cómo ha de ser una cara. Pocos días después de venir

al mundo, los bebés aprenden a reconocer el rostro de su madre. Hay mecanismos innatos para

la saliencia que es, pues, un fenómeno perceptivo/ emocional que guía la construcción de la

memoria de cada individuo. Las emociones estructuran nuestra memoria porque actúan como un zoom o un filtro que concede preferencia a algunos recuerdos sobre otros, en función del estado

de ánimo en el que nos encontramos cuando se produce un determinado acontecimiento. Así, la

memoria no puede analizarse sin tener en cuenta los vínculos que tiene con la identidad. En el

contexto de las turbulencias emocionales de la psicosis, el delirio y la alucinación son

fenómenos de saliencia aberrante. La mente psicótica asigna una saliencia a hechos neutros de

la realidad, a los que otorga un significado especial. Por ejemplo: “esta cara me mira mal”, “esta

noticia del periódico habla de mi problema”, etc. Se trataría de una lectura, de una visión

hipersubjetiva, distorsionada, de la realidad. Así, el psicótico crea un universo idiosincrático,

una realidad aparte, única.

La física moderna ha llegado a la asombrosa conclusión de que la materia que nos conforma y

que nos rodea no es más que vacío, acompañado de unas motas casi insignificantes de sustancia,

en forma de electrones y otras partículas. La psicobiología actual nos revela que la memoria es

subjetiva, constructiva. ¿Es, pues, la Realidad un inmenso vacío de subjetividad que envuelve

algunos corpúsculos imperceptibles de materia objetiva?

La obra de Begoña Egurbide, sus piezas lenticulares, aportan una singular forma de reflexionar

sobre la subjetividad, sobre cómo construimos nuestra realidad particular y nuestra memoria de

ella. No es de menor importancia, a mi entender, el interés de Egurbide por la figura humana,

por los rostros, que pueblan sus piezas. Desde la ciencia, también se ha resaltado la naturaleza

social del recuerdo, de la construcción de la realidad. En la obra de esta artista, el carácter

inestable de nuestra visión de una realidad mutante, la importancia del lugar y del momento

concretos de la observación, nos revelan una comprensión de nosotros mismos que ilustra y que

confluye con las aportaciones de la ciencia psicológica actual.

 

Jordi Obiols es psiquiatra y catedrático de psicopatología en la UAB.

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